Ventanas
Número 1 - 2026
Número 1 - 2026
María J. Orozco Orjuela
Gabby siempre fue la chica popular, la que se metía en todos los grupos, la que nunca pasaba desapercibida. Desde que llegó a la universidad como estudiante de intercambio desde Italia, todos hablaban de ella. Tenía una energía magnética; su piel morena, su cabello rubio natural y rizado, y esa sonrisa que nunca se apagaba. Sabía varios idiomas, pero más allá de eso, tenía una habilidad única: hacía que cada persona con la que hablaba se sintiera especial, como si fuera parte de su mundo.
Noah, en cambio, era invisible. Llevaba ya dos años en la universidad antes de que Gabby llegara. Con sus gafas, su pelo desordenado, y su estilo retro, parecía sacado de otra época. Su mundo estaba hecho de libros, tecnología y soledad. No buscaba atención, y la atención rara vez lo encontraba.
Hasta que lo hizo.
Fue durante un tour de bienvenida. Gabby, rodeada de admiradores, lo vio. Fue un instante. Se acercó sin pensarlo. —¿Te aburres aquí o sólo estás esperando que alguien te saque del rincón? —le dijo, con una sonrisa imposible de ignorar. Noah se quedó en silencio, sorprendido. Nadie le hablaba así. Y menos alguien como Gabby. Pero ella no lo intimidaba. De hecho, algo en su forma de ser le irradió una extraña paz.
Así comenzó todo. Una amistad que parecía imposible, pero que pronto se volvió constante. Gabby, entre fiestas y amigos, siempre encontraba un momento para él. Le contaba sobre su vida en Italia, sus sueños, sus dudas. Noah escuchaba, fascinado. Sin saber cuándo, empezó a sentir algo más que amistad.
Pero el brillo de Gabby empezó a apagarse.
Al principio eran pequeños detalles. Se distraía en medio de una conversación. Se le escapaban miradas a lugares vacíos. Su risa, antes contagiosa, sonaba forzada. Y entonces, una tarde, lo invitó a su departamento. Noah sintió un nudo en el estómago.
Ella no era la misma.
—Hay algo... o alguien —dijo en voz baja— que me sigue. No puedo más, Noah.
Noah quiso ayudarla, pero no entendía. Ella hablaba de sombras, de una presencia que no la dejaba sola. Y mientras intentaba consolarla, algo extraño ocurrió. Una sensación dentro de él. Una voz, familiar y ajena a la vez, susurró algo que prefirió ignorar. Esa noche, Gabby desapareció. Días después, sin noticias, Noah encontró una libreta en la mochila que ella había dejado en su dormitorio. Una dirección. Una frase: “Donde la ciudad desaparece y el cielo empieza.” Su lugar secreto. Un edificio abandonado al borde de la ciudad. Subió las escaleras con el corazón a punto de explotar. Al llegar al último piso, la vio. Gabby. De espaldas. Mirando las luces de la ciudad. Pero no estaba sola. Junto a ella, un hombre alto, de rostro sombrío y ropa oscura. La escena parecía suspendida en el tiempo.
—No deberías haber venido —dijo el hombre, sin emoción.
Gabby no se movió. Su rostro parecía vacío. Noah sintió que el tiempo se detenía. Algo
en ese hombre era familiar. Demasiado familiar.
—¿Gabby? —susurró.
Y entonces, una voz, desde dentro de su cabeza:
—Tú sabes por qué estás aquí, Noah. Tú sabes lo que hiciste.
El mundo se volvió ruido. Zumbidos. Gritos mudos. Oscuridad.
Despertó en su habitación. El sol entraba por la ventana. Todo parecía igual. Excepto que Gabby no estaba. La policía investigó. Algunos dijeron que volvió a Italia. Otros, que escapó. Noah sólo dijo que no sabía nada. Pero algo había cambiado. Empezó a hablar solo, sin notarlo. A veces se perdía en sus pensamientos durante horas. Su terapeuta, al que había empezado a ver el semestre anterior, mencionó algo sobre "trastorno disociativo". Al principio, Noah no quiso aceptarlo. ¿Dos personalidades? ¿Fragmentos de sí mismo que actuaban sin su conciencia? Imposible. Sin embargo, las pruebas estaban ahí. Papeles escritos con su letra pero que no recordaba. Escenas vagas de lugares donde no recordaba haber estado. Sombras en sus sueños que le hablaban con su propia voz, pero con otra intención. A veces encontraba su ropa sucia o mojada sin explicación. Gabby le había dicho que alguien la seguía. Tal vez nunca fue alguien más.
Una noche, mientras observaba la ciudad desde su ventana, recordó la última frase que Gabby le dijo:
—El amor tiene un precio que no siempre estamos dispuestos a pagar.
Y entonces, como una sombra que siempre estuvo ahí, la otra voz volvió:
—Pero tú sí lo pagaste, ¿no, Noah?
Noah no respondió. Sólo cerró los ojos.
Y sonrió.
María J. Orozco Orjuela es estudiante de las licenciaturas en Psicología y Traducción y de la subespecialización en Sociología de Worcester State University. Actualmente participa en varios proyectos de investigación relacionados con la motivación académica y el bienestar estudiantil. Después de graduarse, espera continuar sus estudios de posgrado, desarrollar una carrera que combine la psicología y la traducción profesional, y utilizar sus conocimientos para apoyar a poblaciones diversas y bilingües.