Ventanas
Número 1 - 2026
Número 1 - 2026
Mehilyn Polanco
Tap, tap. El sonido de la sangre cayendo al piso. Tap, tap, tap. Ese eco se convirtió en su nueva melodía favorita. Cerró los ojos y dejó que una sonrisa torcida se dibujara en sus labios, saboreando la resonancia que llenaba el salón de la casa. No existía nada más, se sentía en paz, todo el dolor y odio se desvanecieron por un minuto en ese sonido. Tap, tap. Abrió sus ojos lentamente, enfocando su mirada en el hombre que estaba colgando frente a ella. La soga dejaba salir un ruido débilmente bajo el peso del hombre. Era como un murmullo por todo el salón. La sangre atravesaba el cuerpo del hombre, dejando un rastro de color rojo. Tap, tap. Ella, sonreída, torturó al hombre con su hacha, lo cortó por todo el cuerpo. Los gritos del hombre le daban alegría. Por fin, te toca a ti sufrir. La cabeza del hombre colgaba hacia abajo involuntariamente. Aw, qué pena que te hayas muerto. Quería que sufrieras más. Ese hombre que alguna vez llamó padre, ahora no era más que una basura para ella. Todo el daño que le causó, se merecía esta muerte tan lenta y violenta. No había piedad en sus ojos. Dio un paso hacia el hombre muerto y cortó la soga.
El hombre cayó pesadamente contra el suelo con un golpe duro. Pum. Se agachó y agarrándolo por el pelo con una fuerza que le hizo clavar sus uñas rojas recién hechas, le subió la cabeza, vio su rostro sin vida. Ahí estaban, esos ojos verdes que alguna vez la miraron con desprecio y enojo. Ahora la miraban vacíos, sin alma. Todo rastro de vida había desaparecido en esos ojos. Ella no sentía ningún arrepentimiento. Nada más se escuchaba el sonido. Tap, tap. Valentina suspiró y se volvió a levantar. Todavía agarrado por el pelo arrastró el cuerpo hacia una maleta roja. Su nuevo color favorito. Con cada paso que daba se escuchaba el crujido de las bolsas de plástico que estaban por todo el piso. Antes de meter el cuerpo en la maleta, Valentina agarró su hacha. Chop. La sangre del hombre se roció por todo el rostro de Valentina. Chop, chop. Tomó cada pedazo del hombre y lo puso en la maleta. Arrastró la maleta y la puso en la cajuela de su Mini Cooper convertible. Ella volvió a la casa y empezó a limpiar todo el salón. Comenzó por las bolsas plásticas, las recogió sin salpicar sangre en el piso, las entró en una bolsa negra y las llevó para su auto. Tomó su hacha y la puso en la cajuela al lado de la maleta. Después desinfectó todo el salón sin faltar ningún detalle. Luego se subió a su carro y comenzó a manejar hasta el mar. En el camino, Valentina comenzó a reír histéricamente, sus ojos comenzaron a lagrimear por la risa. Todo es tu culpa, Valentina dijo sin remordimiento. El aire pasaba por su cabello y se recordó de su infancia.
Su madre se había casado con un tal Álvaro Montes, dueño de supermercados ubicados en todos los pueblos, incluyendo su pueblo Cudillero, España. En ese tiempo Valentina vivía un sueño. Ella creía que tenía la familia perfecta, pero a los 8 años todo cambió. Su madre murió. Ese día fue lleno de una gran tristeza y pena. Después de la muerte de la madre, Valentina se convirtió en la ama de casa. Ella se encargaba de todo; cocinar, lavar y todo lo demás. Álvaro cambió, de noche se volvió violento y cruel. Valentina les temía a las noches porque él siempre llegaba tarde. Bebía hasta estar ebrio y la maltrataba físicamente. A medida que Valentina fue creciendo el abuso se fue haciendo más severo. Nadie en el pueblo sabía lo que estaba pasando en la casa de los Montes. Álvaro siempre mantuvo su fachada, sonriente y amable. Pero esa noche, Valentina nunca la olvidará. Tenía 14 años, ella estaba cocinando cocido madrileño cuando Álvaro entró ebrio. Valentina se puso rígida a su llegada y al estar el agua hirviendo Álvaro agarró la olla y la lanzó hacia Valentina. Ella se volteó y el agua hirviente le cayó en la espalda. Gritó de dolor. ¡TODO ES CULPA TUYA! Álvaro furiosamente vociferó y salió de la casa para seguir bebiendo. Ella temblorosa se fue al baño para ver el daño en su espalda. Era un dolor que nunca se puede olvidar. El dolor palpitante e intenso, ella lo sentía por todo su cuerpo. Frente al espejo, con mucho cuidado se levantó su camisa. Se volteó y dejó escapar un jadeo. La piel le ardía y palpitaba. Tenía toda la espalda roja y severamente quemada. Nadie en el Cudillero se dio cuenta de lo que pasó esa noche. Desde ese entonces comenzó a usar camisas manga larga para cubrir la parte superior de su cuerpo. A los 18 decidió irse de la casa sin que Álvaro sospechara. Se cortó el pelo hasta el mentón y se lo tiñó para que nadie la reconociera.
El calor del sol le daba en la cara y la sacó de esos recuerdos oscuros que la perseguían. Era increíble pensar que se tardó cuatro años en llevar a cabo su venganza. La brisa del mar era como un alivio para ella. Paró su carro y abrió la cajuela, sacó la maleta y los otros contenidos. Caminó hasta el borde, donde las olas chocaban contra las rocas. Allí tiró toda la evidencia y la maleta donde estaba el cuerpo. Ella se quedó hasta que todo se hundió hasta la profundidad. Ver la maleta desaparecer le dio una sensación de libertad. Días después en el pueblo Cudillero, la desaparición de Álvaro Montes se convirtió en el chisme del pueblo. Hubo una investigación pero no había pistas claras. Al final el caso se cerró sin respuestas. Nadie sabía la verdad excepto Valentina.
Valentina regresó a su trabajo y continuó con su vida cotidiana. Pero algo había cambiado en ella, sabía que nunca iba a poder recuperar esa parte que perdió.
Mehilyn Polanco es estudiante de la licenciatura en Traducción y de la subespecialización en Estudios Jurídicos de Worcester State University.