Ventanas
Número 1 - 2026
Número 1 - 2026
Caroline Ardón-Ceciliano
Los días se sentían largos. Las nubes gruesas llenaban el cielo impidiendo que la luz del sol tocara la tierra. El frío mezclado con los vientos fuertes le daban un ardor en los huesos, odiaba el frío. A Marta nunca le gustó vivir sola. Tenía sus cosas en orden, todo en su debido lugar. Su silla roja al lado del jarrón de rosas que ella cambiaba cada semana. Acomodada enfrente de la ventana pasaba su tiempo. Veía el bus escolar que pasaba a las 8:10 am, los perros en sus paseos que siempre le orinaban su cerca blanca. Por la tarde, el bus escolar llegaba a las 2:15 pm. Marta admiraba a los niños y recordaba a sus hijos a esa edad. “¡Hola, mamá!” Se escuchaba la voz tierna de un niño mientras abrazaba a su madre. Los labios de Marta se estiraron en una sonrisa. El mundo no siempre daba miedo. Marta vivía con sus hijos antes de que se mudaran fuera de la casa, son sus tesoros. Con el tiempo y la separación, la familia poco a poco se dividió. En los días siguientes llegaba la fecha de su viaje para visitar a su hija en Florida. Marta sólo viajaba dos veces al año y sólo para ver a sus hijos. Sufría de una ansiedad extrema por el mundo afuera y las personas a su alrededor. No sabía mucho de tecnología, tampoco le importaba saber cómo manejar su celular, mejor que nadie la escuche. “Mamá, llegas a Miami a las 4:47 pm, allí estaré para recogerte.”
Leyó el mensaje en la pantalla de su celular. Al verlo se puso nerviosa. “¡No es mi hija! ¿Cómo saben mi hora de llegada? No, no, no. ¡No le dije a nadie!” Las voces siempre la confunden. El celular empezó a sonar, era su hija. “¡Hola, ma! ¿Cómo estás, ya estás en camino?” Mi niña preciosa. “Hola, hija, sí, sí, ya voy saliendo. ¡Te veo pronto!” Tocó la puerta tres veces antes de abrirla e irse. En el aeropuerto le sudaban las manos, se tomó un calmante. Sentada allí, ella miraba a la gente que pasaba con un apuro. Cada persona más diferente que la anterior. Ya se había tranquilizado un poco, uno de los efectos de la pastilla. Las ruedas de las maletas y los pasos de los viajeros eran como peces nadando contra corriente. Empezó a notar las sonrisas de los hombres. Unas sonrisas grotescas que le daban escalofríos por toda la piel. Uno tras otro con sonrisas malvadas y miradas que le llegaban al alma. Agarró sus cosas y se levantó, decidió ir al bar más cercano a su puerta de embarque. “Un dry martini por favor.” Al terminarlo ya era tiempo para abordar. Bien cuidadosa se montó al avión observando a la gente a su alrededor.
Siempre caminaba con miedo de su sombra. El boleto que llevaba en la mano decía asiento 12A. Al llegar a su lugar notó que era el asiento de la ventana. Le daba pánico ver las alturas. Decidió sentarse en el 12B y le preguntaría a quien sea que cambiara con ella. Ordenó dos botellas de vodka a una de las azafatas. El sello de la botella tronó al abrirlo, ya casi en sus labios la detuvo la voz de una señora. “Estás en mi asiento.” Tenía unos lentes de sol negros que le cubrían casi toda la cara. Su pelo resaltaba el pañuelo de seda que tenía amarrado en la cabeza, corto y tan rubio que parecía ser blanco. “Oh, perdón, es que me dan miedo las alturas, no te molestas si cambiamos, ¿no?” Le inclinó la cabeza como perro confundido. “Perdón, pero necesito sentarme allí, voy al baño mucho durante los vuelos. Y además pagué específicamente por ese asiento.” Marta empezó a mover sus cosas hacia el asiento. “Está bien.” Le respondió, aunque confundida no entendía la gravedad de cambiar su asiento por un vuelo de unas horas. Ya acomodada en su debido lugar, cerró la pantalla de la ventana. La señora se acomodó y sacó un espejo de oro para aplicarse el labial. Marta la admiraba, claramente venía de una vida de lujos. Terminó sus últimos tragos y cerró los ojos.
Las ganas de ir al baño la despertaron del sueño profundo que duró una hora. Al mirar a su lado la señora ya no estaba. Se levantó y miró a los dos lados a ver cuál de los baños estaba disponible. Media dormida caminó hacia el baño, al abrir la puerta se puso blanca. La señora estaba sentada. Muerta. Tenía un corte por todo el cuello que le sangraba lentamente llenando el piso del baño. Marta se tambaleó hacia atrás y se cerró la puerta con ella. Con la respiración agitada y las piernas temblando se cayó al piso aterrorizada. “¿Qué pasó, señora, está usted bien?” La levantó la azafata “¡Está muerta! ¡Está muerta!” “¿Quién está muerta, señora?” “La señora que estaba conmigo. ¡La señora del asiento 12B!” “Pero, señora, no había nadie en el asiento 12B cuando embarcamos.” La azafata abrió la puerta. El baño limpio, como lo habían dejado al comienzo del vuelo. “Mire, señora, todo está bien, nadie está muerto, mejor ya no vamos a tomar y le traigo un cafecito.” “Pero yo la vi. ¡Estaba allí!” La llevaron a su asiento. Derrotada, no entendía qué había pasado, adónde fue la mujer, cómo se pudo desaparecer de un avión, qué pasó con el cuerpo, y toda esa sangre, tenía tantas cosas que pensar. El brillo de algo le llamó la atención. Casi completamente metido entre la base y el espaldar de la butaca estaba el espejo de oro de la señora del asiento 12B.
Caroline Ardón-Ceciliano es estudiante de la licenciatura en Salud Pública y de la subespecialización en Español de Worcester State University. Al ser bilingüe en inglés y español, espera utilizar sus habilidades lingüísticas y su formación en salud pública para apoyar a comunidades vulnerables y contribuir a cambios sistémicos significativos.