Ventanas
Número 1 - 2026
Número 1 - 2026
Paola Burgos
Alma detesta las sorpresas. Simplemente hay algo sobre no tener un plan que la deja muy inquieta. Por eso cuando su mejor amiga la invitó a su casa para un anuncio desconocido, sintió un cosquilleo inquieto en el estómago. Lo único que sabía sobre aquella invitación, era que estarían presentes familiares y amigos de Mariella para disfrutar de ‘una comida’.
Alma llegó allí con un traje de pantalón negro y tacones de punta para mostrar que había hecho el intento de ser elegante para esta cena sorpresa. Una de las ventajas de tener veintiún años en los Estados Unidos, es que ahora Alma podía comprar alcohol para traerlo a este tipo de eventos en vez de traer un padrino de Coca-Cola como lo hacía cuando tenía quince años y vivía en Puerto Rico. Poco después, cuando cumplió 16 años se mudó a la Mainland luego de que cayera del cielo una oferta de trabajo que le habían hecho a su papá. Se habían mudado tan de repente que no tuvo tiempo de sentir nada. Ella lo describe como arrancar una curita para que la herida se cure con el aire. La vida continuó, ella se mudó, pero la isla nunca se mudaría de dentro de ella. Dejaría la calidez del Caribe para reemplazarlo con el frío de los suburbios del norte, y con el tiempo su personalidad sufrió por esto también.
Inhalando profundamente, se puso la botella de vino debajo del brazoy se armó de valor para tocar la puerta. Al abrirse, salió Mariella con su sonrisa amplia y dulce vestida con un trajecito solero de color blanco. En muchas ocasiones, Alma pensó que su hogar en los Estados Unidos no era el lugar, sino la gente y Mariella se había convertido en un hogar para ella. La brisa sopló para darle un prefacio a Alma de la comida que habían preparado para la cena. El leve olor a carbón le hizo pensar en las raíces brasileñas de su amiga y la parrilla de la familia Alves. Estaban preparando churrasco. Los invitados rodeaban la isla de la cocina, mientras charlaban a gusto. Con el rabillo del ojo, Alma pudo ver al novio de Mariella, Christopher que hablaba con sus suegros y con otro hombre que ella no reconoció.
—Alma, meet Bernard Goldman. Bernard, this is my best friend, Alma González.
Mariella los presentó, y el hombre desconocido ahora tenía un nombre. Ella nunca se hubiera imaginado ese nombre para la persona que tenía enfrente. Bernard era un hombre con la estructura ósea de una escultura griega. En contraste, llevaba ropa de colores vivos de estilo bohemio, tenía un pañuelo de satín que le adornaba el cuello, dándole un toque francés. Sonrió cuando le presentaron a Alma y extendió su mano emocionado. Los ojos oscuros de Alma se encontraron con los dos orbes llenos de miel de Bernard. En ese instante, él recalcó que no le llamara Bernard, sino Bernie.
Poco después Mariella llamó la atención de todos los invitados como un juez llamando al orden en la corte. Christopher le tomaba la mano a su novia y la pareja se miraba tímida, parecían niños que guardaban un secreto. Y efectivamente, soltaron una bomba que dejó a Alma completamente perpleja. Las palabras “nos vamos a casar” no era algo que esperaba escuchar esa noche.
Esa misma semana luego del anuncio de la boda de Mariella, Alma recibió una invitación para el evento. Desde que la conoció en sus primeros días de escuela en los Estados Unidos, Alma recuerda los incansables deseos de Mariella de tener una boda en un lugar tropical junto con el sol, la arena y el mar. Destino: Dorado, Puerto Rico. Eso decía la invitación. Los novios decidieron que la isla del encanto sería el centro indicado para la ocasión ya que era el punto de encuentro perfecto para ambas familias.
Según todos, esto del viaje le vendría bien a Alma para despejarse, salir de la monotonía de la vida del trabajo en ventas al por menor y los estudios. Pero a ella le parecía un poco estresante irse de viaje para esta boda con gente que en su mayoría eran desconocidos. Después de darle mil vueltas al asunto y con el toque persuasivo de Mariella, decidió montarse en el plan y encender el modo disfrute. El plan consistía en que se pasarían unas semanas en la isla y harían todos los rituales que se esperan de una boda, despedida de soltera y soltero, al igual que todas las fotos y demás pormenores.
Para minimizar cualquier estrés o inconveniente, Alma siempre acude a las reglas. Pero, en este caso, había algunas reglas que no sabía cómo seguir. Indicaba la invitación que cada persona invitada podría traer a alguien como su plus one. Ya le había pedido a su madre que viniera con ella, pero la madre insistió que debería ir con alguien de su edad. Ella pensó invitar a su tío gay pero sabía que la gente invitada era bastante conservadora y no verían con buenos ojos al tío Ricky. No tenía novio, como dicen las tías, estaba jamona. Y todas sus amistades cercanas estaban en Puerto Rico y habían perdido el contacto después de su mudanza. En definitiva, invitó a una amiga de la high school, Catalina. Ella era todo el impulso que le faltaba a Alma. Sus papás le llamaban “la amiga emo”, porque siempre vestía con ropa de la tienda HotTopic y cambiaba de color de pelo cada dos días.
Durante el viaje conocieron a la familia de Christopher y se volvieron a encontrar con el hombre de oro, el de la cara del Dios griego. Alma se enteró que él sería el fotógrafo de la boda. Catalina notó que el fotógrafo le causaba ciertos impulsos a su amiga Alma. Ponía más esmero cuando se arreglaba y en ocasiones se alejaba de Bernie simplemente por ‘no decir nada estúpido y darle una mala impresión’, al menos eso decía ella. Pero Bernie estaba pegado a Alma. Él acudía a ella por temas del idioma, ya que Alma era el puente de muchos durante la boda. Bernie no hablaba español y Alma era local. Bernie le hacía preguntas acerca de todo, como un niño viendo el mundo por primera vez. En poco tiempo se volvieron cercanos. Una noche en el bar del hotel, Bernie invitó a Alma a la piscina. ¡Otra sorpresa! Por la inestabilidad de sus emociones, en ese momento, dijo que sí a algo que probablemente diría que lo iba a pensar.
—Alma, yo te dije que no te bebieras ese pitorro que tú eres floja con el alcohol y mira… ¿ahora cómo vas a decirle a ese muchacho que tú no sabes nadar?
—¿Qué sabes tú? Y si él no sabe nadar tampoco.
Alma retó a su amiga, claramente todavía tenía un poco de pitorro de tamarindo en el sistema. Catalina procedió a buscar las redes del fotógrafo, amigo del novio de Mariella. Claro que sí sabía nadar. Encontraron videos de Goldman echando clavados en Amalfi y otros con sus amigos en las playas de California. Alma no se atrevía ni a tirarse al charco de la casa de los abuelos. La abuela Gloria. Ella sí sabría qué decir sobre esta situación. Catalina y Alma la llamaron por Facetime, un método de comunicación muy nuevo para la abuela, pero ella no se dejaba vencer por la tecnología. Abuela Gloria se echó a carcajadas cuando escuchó sobre el dilema de su nieta.
—Ay, mija, es que tienes que aprender a perder el control de vez en cuando. Uno no le puede tener miedo a lo desconocido. Te entiendo, tienes miedo de meterte en la piscina porque no sabes nadar. Pero ¿cómo aprenderás a nadar si no te vas a la piscina? O piensas que ese nene nació nadando. ¡Hoy estamos, pero mañana no sabemos! ¡Viva su vida, mija!
Quedaron entonces en encontrarse en la piscina el día antes de la ceremonia. Mientras Bernie se mezclaba cómodamente entre el azul del agua, Alma le acompañaba desde lo lejos en la orilla, tumbada en un asiento con un libro en la mano. La verdad es que el libro era la excusa para no acompañar a Bernie en el agua. La voz de Bernie la sacó del limbo en que se encontraba, atrapada en sus pensamientos. De estar en la piscina apareció justo en el asiento de al lado con el sol ardiendo reflejado en sus ojos color dátil. Retozón y sereno le dijo que en la última salida que tuvo con los muchachos, Christopher le contó que ella no sabía nadar. Al escuchar esto, tuvo el mismo frío en la espina dorsal que cuando escuchó que su mejor amiga se iba a casar. Alma le miró y se sorprendió al ver que él no la juzgaba, seguía con esa cara como de un niño en la juguetería. Se quedó quieto esperando a que ella le contara alguna historia del porqué no sabía nadar o que por lo menos le cambiara el tema. Y entonces Alma recordó a su abuela y cerró el libro. ¡Hoy estamos, pero mañana no sabemos! Llegó justo al ras de la piscina y se puso de espalda dejando que la brisa la empujara de un chapuzón dentro del agua.
El agua estaba tibia, perfecta. Pataleó varias veces con ansiedad para guiarse a la superficie. Dejó su cuerpo ir hasta que logró flotar. Sólo sentía el vaivén de su respiración y el sonido hueco de sus oídos en el agua. Flotó. Era todo lo que ella podía registrar en su mente. Alma detesta las sorpresas, pero esta vez logró obtener una de las sorpresas más placenteras de su vida. Dejó de pensar en los límites para darse la oportunidad de lanzarse al agua.
Paola Burgos es licenciada en Psicología y Español para las Profesiones por Worcester State University. Actualmente continúa su preparación académica con la meta de comenzar a trabajar en la rama de psicología en el estado de Florida.